Miedos infantiles...
- psic.elizabethga
- 26 abr 2021
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Los miedos infantiles evolutivos son una emoción que surge con el propósito de preservar el desarrollo infantil, ya que son necesarios para la supervivencia de la especie, por ejemplo, procuran que el niño no se vaya con un desconocido, que tema animales peligrosos o se aleje de calles oscuras.
Al igual que la ansiedad puede funcionar de forma adaptativa (si nos sirve para evitar un peligro real u obtener soluciones congruentes con la situación que vivimos) el miedo es una emoción que puede resultar completamente funcional, como en los ejemplos del párrafo anterior.
Se considera que el miedo opera de forma adaptativa cuando es una alarma “bien calibrada”, que se presenta ante un peligro real. En este caso, una regulación emocional adecuada vendría caracterizada por la capacidad de la persona para retomar un estado de calma cuando el estímulo desaparece.
Por contra, el miedo se vuelve patológico cuando constituye una alarma mal ajustada, tanto en su activación como en su regulación. Es decir, se activa cuando no existe peligro o permanece demasiado cuando el peligro ha pasado.
Los miedos infantiles, en este sentido, constituyen una excepción, y esto se debe a que pueden producirse a pesar de no presentarse (e incluso no existir) el estímulo amenazante. Sabemos por ello que es frecuente que los niños tengan miedo a fantasmas, a que alguien entre a casa por la noche o a animales que jamás han visto fuera de los libros.
“El miedo constituye un primitivo sistema de alarma que ayuda al niño a evitar situaciones potencialmente peligrosas. Es una emoción que se experimenta a lo largo de la vida, aunque las situaciones temidas varían con la edad. El desarrollo biológico, psicológico y social, propio de las diferentes etapas evolutivas (infancia, adolescencia, etc.), explica la remisión de unos miedos y la aparición de otros nuevos para adaptarse a las cambiantes demandas del medio”.
Miedos evolutivos según la edad
Durante las primeras semanas de vida, el bebé va discriminando entre reacciones positivas y negativas: lloran ante necesidades como el sueño, hambre o sustento –reacción negativa– hasta que su necesidad es satisfecha –reacción positiva–. Estas reacciones van creando la capacidad de prever su satisfacción.
A partir del segundo año descubren que hay animales que les pueden hacer daño, que no les gusta la oscuridad, no pueden dormirse solos, se angustian cuando se hacen alguna herida y les asusta lo desconocido. Por ello, siguen sin querer separarse de los padres.
Con 3 y 4 años sus miedos se hacen más patentes. Su imaginación les “juega” malas pasadas. Generan fantasías acerca de los fantasmas, monstruos o malos de los “cuentos” que se esconden en la oscuridad, en los pasillos oscuros o debajo de la cama. También les asusta el daño físico y aparece el miedo a los ruidos fuertes (cohetes, globos…) y fenómenos naturales (truenos, viento, terremotos…).
Entre los 5 y 9 años, mantienen el miedo a separarse de sus padres, a los animales, a la oscuridad y al daño físico. Además se suma el miedo a los seres malvados (ladrones, secuestradores…), a los personajes imaginarios (brujas, fantasmas, el “coco”, personajes de dibujos animados…) y/o seres sobrenaturales. También les pueden asustar los médicos, sobre todo si llevan bata blanca, y les preocupa la enfermedad y la muerte.
A los 7 y 8 años, añaden su temor a hacer el ridículo. En esta tienden a guardar más el secreto de sus miedos.
De 9 a 12 años disminuye el miedo a la oscuridad y a los seres imaginarios, pero ahora son especialmente sensibles al colegio (exámenes, suspensos…), a la aceptación social (integración en el grupo, aspecto físico…), a la soledad, a la enfermedad y a la muerte.
A través del desarrollo cognitivo, esto es, de la capacidad del niño para entender el mundo y su funcionamiento, los miedos se pueden ir superando gracias al conocimiento y con apoyo de los padres. Con el aprendizaje y las experiencias, el niño va comprendiendo e interiorizando qué cosas son realmente peligrosas y cuáles no, de tal forma que, tras múltiples ocasiones en las que, por ejemplo, el niño experimenta que a pesar de quedarse dormido con la luz apagada y sólo en su habitación no aparece el hombre del saco se produce dicho aprendizaje y el miedo cae por su propio peso.
Manejo de los miedos evolutivos.
Como padres y madres o cuidadores, la tarea de procurar que los hijos vayan resolviendo y superando sus temores implica desplegar una serie de actuaciones a nivel emocional y conductual que colaborarán a que el niño supere adecuadamente el miedo y, además, generarán un fortalecimiento de su autoestima y capacidad de regulación emocional.
A pesar de que los miedos evolutivos no requieran de un tratamiento específico, la ayuda en la gestión de los mismos por parte de los padres constituye un factor de protección fundamental para evitar que estos temores “se enquisten" o se conviertan en situaciones problemáticas.
Lo primero, es calmar al niño. El vínculo que une al niño con sus padres hace que su sola presencia y apoyo incondicional ayuden a que el niño se tranquile. Siempre que el adulto proporcione una base que genere seguridad, que transmita un apoyo incondicional y que valide las emociones que el niño está sintiendo.
Algunas de estas conductas específicas que pueden ejercer como factores de protección son las siguientes:
Mostrar afecto y protección tanto verbalmente como con acciones no verbales. Por ejemplo, agacharse, ponerse a su altura mostrar afecto y protección. Es una forma de aprovechar y construir un vínculo seguro con el niño.
Procurar que el niño exprese su emoción y validarla, sin decirle que no tiene sentido lo que siente. Hay que transmitirle que es lógico que sienta miedo y que se puede enfrentar a lo que teme, transmitirle que puede sentir miedo y enfrentarlo.
Nombrar la emoción y explicarle que lo que siente es desagradable, pero que le prepara para enfrentarse a lo que teme. Es decir, darle sentido a su miedo: explicarle en qué consiste y para qué sirve.
Desarrollar una narrativa respecto a aquello temido que esté a su alcance según su nivel cognitivo.
Enséñale trucos para manejar la ansiedad: música, relajación, pintar, escribir o cualquier actividad que le guste y le pueda ayudar. Permitir dormir con los padres debe ser algo muy excepcional, como motivo de fiesta, pero nunca como medio para solucionar el problema. Concédele, en la medida de lo posible, alguna cosa que le ayude a sentirse más a gusto en la situación: una “mantita”, un peluche, tener encendida una luz tenue, contar, tener una mascota, su mochila o su estuche favorito, etc.
Normalizarlo sin quitarle importancia: aunque como adultos sepamos que lo que le ocurre al niño es fruto de su edad y tiene carácter temporal, él no lo sabe, y su miedo y el sufrimiento que tiene es real.
Buscar soluciones conjuntamente para ayudarle a que se enfrente de forma gradual a sus temores. Al principio con nuestra ayuda, dándole tiempo para que lo vaya haciendo poco a poco solo o sola, siendo constantes pero sin exigirle. Elógiale en cada paso.
Fomentar conductas de autonomía de forma gradual (por ejemplo, para procurar que duerma solo).
Cuando el niño se exponga al temor, reforzar siempre sus intentos, aunque no logre mantenerse en la situación (por ejemplo, estar a oscuras).
Creer que son capaces de superar su miedo y transmitírselo, pero no a través de la presión (ejemplo. “ya eres mayor, esto para ti no es nada”) sino de la empatía (“es difícil, pero sé que lo vas a conseguir”).
Acompañarle a explorar aquello que le infunde temor.
Autorrevelación: que los padres revelen a sus hijos los miedos que tuvieron en su infancia constituye una herramienta muy potente, ya que el niño siente que se empatiza con él y se le comprende, al tiempo que se le envía el mensaje de que lo que le ocurre se puede superar.
Cuando solicitar ayuda profesional.
Los miedos infantiles son evolutivos y, si se gestionan adecuadamente, no es habitual que sean objeto de tratamiento. Sin embargo, si por el contrario las experiencias del niño en relación a ese miedo han sido de evitación y no se han desarrollado (o fomentado) estrategias de afrontamiento esto puede evolucionar hasta convertirse en un trastorno de ansiedad, como por ejemplo una fobia específica.
La ansiedad en los niños se presenta con frecuencia en forma de llanto, a través de rabietas, con la petición constante de abrazos o incluso con la inhibición (el niño deja de hacer cosas, se bloquea). Además, los niños no suelen percibir sus temores como excesivos e incluso en ocasiones no expresan malestar, por ello en muchas ocasiones no piden ayuda o incluso son reacios a recibir tratamiento.
La solicitud de ayuda profesional debería realizarse si:
El miedo se ha prolongado mucho en el tiempo y en lugar de disminuir va en aumento.
A pesar de generar el espacio y condiciones propicias para la superación de ese miedo, el niño no muestra ninguna mejora.
El niño evita constantemente y con una reacción desproporcionada cualquier estímulo que esté relacionado con el temor (por ejemplo, no quiere ir al colegio porque hay un parque donde puede haber perros).
Para contrarrestar la ansiedad que le genera un determinado objeto, situación o pensamiento comienza a hacer pequeños rituales.
El temor está generando malestar significativo y deterioro de las áreas fundamentales de la vida del niño (fracaso escolar, síntomas de depresión, etc).
Madres y padres, ayudemos a nuestros hijos e hijas con sus miedos infantiles, conociendo cómo son y de dónde proceden. El objetivo: conseguir que ellos mismos los superen porque… ¿no es superar los propios miedos lo que todos queremos, también los adultos?
Psic. Elizabeth GA
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